domingo, 22 de septiembre de 2013

Te haré una canción. Parte II.

–¡Ey! ¡Al final has venido!

María se giró, mientras intentaba desembarazarse del jersey empapado. Entonces vio a su amiga, que se acercaba sonriente, con su pelo rubio recogido en una trenza.

–Hola, Pilar. Sí, ya era hora de volver. Además, me apetecía mucho ver el concierto de esta noche.

Entonces, Pilar se acercó a dar un abrazo a su amiga y pegó un salto hacia atrás del frío al contacto.

–Tía, ¡estás helada! ¿Tanto llueve?
–Ya ves, me ha caído el Diluvio Universal viniendo desde el metro...

Entonces, las dos amigas se acercaron a la barra. María pidió un botellín de cerveza y se dirigieron al lado opuesto del bar, donde ocuparon una pequeña mesa redonda de cristal. No volvieron a hablar durante prácticamente todo el espectáculo.

–¿Te ha gustado? –le preguntó Pilar a su amiga.

María asintió con decisión mientras sonreía a la rubia de pelo trenzado. De repente, mientras observaba a todos los presentes, su mirada se quedó fija en un punto y su mente se empezó a perder en un mar de recuerdos. Sólo reaccionó cuando su amiga le propinó un codazo con el objetivo de que se levantara.

–María, hija, que estás en otro mundo. ¿Nos pedimos otra cerveza?
–No, tía, estoy muy cansada. Creo que voy a ir al baño y me piro a casa.
–¿Es porque te has acordado? ¿Te has quedado mal?
–No, no es eso –mintió María–. Ya te digo que estoy cansada.
–Bueno, como quieras. Yo me voy a quedar un rato más.

María asintió y sonrío a su amiga, se levantó de la silla y se dirigió al fondo del bar, donde estaban situados los lavabos. Mientras esperaba una cola de tres o cuatro chicas, miraba distraída a un lado y a otro hasta que, de repente, lo vio parado frente a ella, mirándola fijamente. El corazón le empezó a latir muy deprisa, pues era la última persona que esperaba encontrarse allí y no sabía si era una sorpresa o un susto.

–¿Tú?

martes, 17 de septiembre de 2013

Te haré una canción. Parte I.

Llueve, cada vez con más intensidad. María mira al suelo e incrementa la velocidad de su paso. «Lo que me faltaba hoy es acabar empapada», piensa. Sin embargo, un flash viene a su mente, como si de un déjà vu se tratara, y hace que se detenga en seco. Recuerda aquella vez en que no le importó que el diluvio la mojara, aquella vez en que dio un agradable paseo bajo la lluvia mientras, a su alrededor, los coches se agolpaban caóticamente, sus luces se difuminaban y la gente corría frenética, de un lado para otro, bajo el resguardo de sus paraguas. Uno de las mejores experiencias de su vida. «¿Por qué no hacer hoy lo mismo?». Poseída por la felicidad que sintió en aquella ocasión hace ahora dos años, comienza a caminar, sin prisa.

Conecta los auriculares a su iPhone y decide escuchar alguna canción, para hacer el trayecto más ameno. Pulsa 'Aleatorio' y, como no podía ser de otra manera, su reproductor de música elige una primera canción demasiado oportuna: 'Tu mirada me hace grande', de Maldita Nerea. Y así es como le hace honor a la canción, «dando tumbos por Madrid».

Su pelo moreno empieza a convertirse en un estorbo, pues el flequillo que normalmente le llega por las cejas, ahora tapa sus ojos, debido al peso del agua que no ha perdonado ni un milímetro de su cuerpo. Tiene la ropa totalmente pegada a la piel y los vaqueros le pesan una barbaridad. Tampoco ha acertado con el calzado: las Converse negras dejan pasar el agua de la lluvia sin demasiados impedimentos y sus pies empiezan a calarse. Pero da igual, María es feliz de nuevo.

Gira a la izquierda por una pequeña calle del centro de la ciudad, camina unos cuantos metros y se detiene frente a una puerta de madera. Ha llegado a destino. Abre la primera puerta, tras la que se encuentra un amable hombre al que María entrega un trozo de papel que le da acceso al local. Cruza una segunda puerta. «Otra vez aquí, no me lo puedo creer». De repente, le invaden muchas emociones y empieza a ver recuerdos en cada esquina de aquel bar. «Venga, María, no es momento de ponerse nostálgica», se dice. Las luces se apagan. El espectáculo va a comenzar.

lunes, 2 de septiembre de 2013

El recuerdo de su sonrisa. Parte IV. El invierno.

Siento haber tardado tanto en publicar una cuarta parte, pero la inspiración te encuentra, da igual cuánto la busques. Lo cierto es que necesitaba un momento como éste para haceros el invierno lo más real posible. A ver si lo consigo. Allá voy:

Llegaron el invierno y su distancia, la de él. Aunque, no sé bien por qué, ya presentía que sucedería. Tengo buena intuición, me avisa mediante sensaciones y lo hace antes que los propios hechos. El problema es que no tengo la costumbre de hacerle caso, pues suelo aferrarme a lo que prefiero seguir creyendo.

Él se fue alejando sin saber yo por qué. Todo era cada vez más frío. Le pregunté, ya que tengo la manía de decirlo todo, de que me lo digan todo. Desgraciadamente, aún no he aprendido que hay cosas que no hace falta decirlas, que, de hecho, no hay palabras que las describan. Tampoco me sirvió de nada su respuesta: ni aclaró mis dudas, ni cambió la situación. Seguía diciendo que no pasaba nada, pero lo hacía cada vez más lejos. Cada vez un poco más lejos.

Entonces empecé a recordar todo lo que habíamos vivido juntos. Lo cierto es que habíamos pasado un montón de momentos muy bonitos, momentos que hoy son sólo un puñado de recuerdos. Y se irán diluyendo con el tiempo, hasta que confunda los recuerdos con mis recuerdos de los recuerdos y no me quede nada más que vagas imágenes desdibujadas por la lluvia. O por mis lágrimas, las mismas que ahora emborronan este papel.

Aún recuerdo las canciones que sonaban, como aquélla que lo hacía, gentilmente, cualquier tarde de sábado. Aún recuerdo nuestras risas, que eran una. Aún recuerdo cómo tomaba mi mano en la suya. Aún recuerdo sus ojos y su mirada y su boca y su sonrisa. Aún recuerdo tantas cosas... que se irán yendo, como lágrimas en la lluvia.

Y algún día, quizás, nos volvamos a encontrar. Pero no nos reconoceremos.