lunes, 28 de septiembre de 2015

Yo tengo un amigo

Yo tengo un amigo que no sé cómo empezó a serlo, como dicen que empiezan todas las grandes historias: sin saber cómo.

Yo tengo un amigo que solía interesarse desinteresadamente por mí, quizá más de lo que me hacía saber, quizás algo menos de lo que yo intuía.

Yo tengo un amigo que solía apoyarme en mis peores momentos; brindarme su ayuda, sin yo pedírsela, cuando más la necesitaba; que no solía abrazarme mucho, la verdad, porque él no es mucho de esas cosas, pero estaba. Y aunque yo sí sea mucho del cobijo y el cariño de la piel, ¿qué más da? Él estaba ahí mucho más de lo que han estado otros que me han prestado sus brazos y nada más que sus brazos.
Él puede ser que no me prestara sus brazos, pero solía regalarme sus oídos atentos, sus miradas comprensivas, sus mejores sonrisas cómplices y siempre las palabras más acertadas. Y aunque no nos tocáramos mucho, le sentía más cerca que a nadie. Él solía regalarme una de las mejores amistades que jamás he tenido.

Pero, de pronto, todo cambió. Mi amigo dejó de interesarse por mí y por mis cosas, seguramente porque yo empecé a interesarme demasiado por él y las suyas. Y así fue como todo cambió, cambió sus oídos atentos por muros infranqueables, sus miradas comprensivas por las más indiferentes y distraídas, sus sonrisas cómplices por muecas esquivas y sus palabras certeras por los silencios más hirientes. Y así fue como cuando yo más le quería y más le necesitaba a mi lado, la distancia más insalvable se colaba entre nosotros. Y así fue como mi ilusión se fue desplomando como una losa de peso insoportable, como decepciones de un querer baldío, como mentiras impuestas en domingos de la infancia.

Y después de haberlo intentado todo para que vuelvan aquéllos que fuimos y que nunca volveremos a ser, entendí que la única solución a sentir que se me parte el corazón en mil pedazos ante tanta indiferencia es dejar de provocar las situaciones que la causan.

Y, tal vez, algún día deje de dolerme.
Y, tal vez, algún día deje de quererle.
Y, tal vez, deba empezar a cumplir la promesa que le hice en Benijo.
Y, tal vez, deba empezar por cambiar el «tengo» por un «tuve».

lunes, 13 de julio de 2015

Egocéntrica

Resuenan muy dentro
aquellas palabras que no pronunciaste,
pero que fueron más audibles
que cada uno de tus silencios.

Yo, que te quiero y te he querido,
hasta, en ocasiones, más que a mí misma.
Yo, que cada cosa que quise decirte,
cada una (menos una),
la puse por escrito
para ahorrarte la molestia de contestar,
pues sabía que no querrías,
que no es tu estilo.

Yo, que me fui llorando a mares
una despedida que no fue,
porque así tú lo querías.
Yo, que me disculpé muchas más veces
de las que lo sentí,
porque, para mí, lo merecías.

Yo, que, cuando menos falta me hacía,
te dije que te quiero,
sólo pensando en darte la seguridad
que ya tenías.

Yo, que sí lo siento.
Yo, ya ves, ¡qué idiota!
Yo, que aún te quiero.
Yo, que sí...
que debo ser una egocéntrica.
Y en negrita dejo constancia de ello.
Ahora léelas todas
y dime a qué tienes miedo.

domingo, 12 de julio de 2015

Desorganízate

Desorganízate
y desorganízame contigo,
que no todo es medible,
que no todo es sabido.

Desorganízate
y desorganízame los planes,
que no hay que entenderlo todo
(y que no nos entienda nadie).

Cambia las circunstancias que te limitan,
que te hacen ir a ciegas por la vida
amenazando la quietud de tu agenda,
negándole a tu corazón una tregua.

Escribe nuevas citas con tus pasos,
no te detengas;
empieza a hacerle caso a las promesas
que te invitan...
que te incitan.

No te pares a pensar,
que la vida escapa a la razón
y cuando conseguimos entenderla,
ya se nos escapó.

Abraza los cambios
y no temas a lo incierto
(aunque parezca que muerde,
sólo intenta darte un beso).

La vida también consiste,
a veces, en tener miedo,
que lo que vale la pena
siempre supone un riesgo.

Dale un portazo a los «debo»,
ten el valor de vivir,
mira de frente a tus «quiero»,
sonríe y diles que sí.

Desorganízate
y desorganízame contigo,
que ya la vida irá
allanándonos el camino.

Desorganízate
y aplaudamos lo vivido,
que ya no nos mira nadie,
que por algo hemos venido.

Y pasó

Y pasó que no eras tú,
sino alguien
a quien no le asustaran
mis «te quiero»,
que se dejara abrazar
y me abrazara,
que me quisiera también,
que lo dijera
y lo demostrara.
Que me quisiera escuchar,
que me contara,
que compartiera,
que confiara,
que estuviera...
que quisiera estar.
Y pasó que no eras tú,
y pasó que yo sí lo era.
Y pasó la vida
sin que nada más pasara.

domingo, 5 de julio de 2015

Y no es triste


«Nunca es triste la verdad,
lo que no tiene es remedio»

– Joan Manuel Serrat.

Ahora entiendo que echar de menos
no significa querer volver,
que estar mal
no es necesariamente peor,
que querer
no es siempre poder
y que poder
no siempre es mejor.

Que el «adiós» que se filtra
entre una mirada triste
y un silencio atronador
ya no duele,
que hay ciertas palabras
que no requieren un «perdón»,
ni aun por hirientes.

Que en este largo monólogo ya no cabe
la palabra «decepción».
Y que tal vez nunca lo hizo.

Que querer ya no implica
querer estar cerca
y que amar ya es sólo
una batalla contra el olvido.

Que la nostalgia húmeda
de un dulce recuerdo
ya no lleva un paso menos,
un pasó más de espaldas y a ciegas,
hacia la misma mirada vacía
y el mismo silencio
en todas sus respuestas.

Y que extrañarte
ya nunca más abrirá la puerta
a un camino de regreso,
que ya borré de mi mapa,
del que ya ni siquiera retengo
sus coordenadas,
por no quererlo.

Que todos estos sentimientos
son lecciones para mí,
sólo para mí.
Y que despedirse es la única manera
de empezar otro cuento,
tal vez con final feliz.

Ahora entiendo que así es mejor
y que así mejor estaremos.
Y que no es triste, amor,
(perdóname las lágrimas),
pero es que no tiene remedio.

jueves, 26 de marzo de 2015

A donde sea

No sé si esto es
la antesala del olvido
o si todo lo que ya olvidé
ha vuelto a encontrase conmigo,
ha vuelto con reproches a encontrarme,
ahora que me pierdo en las noches,
ahora que pierdo las noches.
Y aliada con la desesperación
de quien acude a todo aquello
en lo que nunca supo creer,
le pido a todo lo impensable
que me dejes de doler,
que dejes de importarme,
que no me cuestes nada:
ni un segundo de mi tiempo,
ni una lágrima del alma,
ni un solo pensamiento,
ni un esbozo de sonrisas,
ni un atisbo de mirada,
ni un lamento, ni un «perdón»,
ni una razón, ni una palabra.
Y nunca más un «lo siento».
Que sea impasible, invulnerable,
como este frío que ignora la primavera,
como la vida que llega tarde,
como una bandera
que ni al más fuerte de los vientos ondea...
como tú, que ni rimas.
A media asta me despido
y le pido también
a todo lo impensable
en lo que no supe creer
que me lleve a donde sea
que no sepas doler,
donde ya no pueda verte
o quizás aún sí te vea,
pero con los ojos de quien ya
no te mira, ni te escucha,
ni te siente, ni te piensa.
No sé si es la antesala del olvido,
o la ventana que se abrió
al cerrar todas todas tus puertas,
pero espero que sea al menos
la víspera del mañana
de quien ya no desespera,
porque ya nada espera
de quien nada supo dar.
No sé si esto es el final,
pero merecerá la pena,
si al pasar la noche llego
a donde ya no me duelas...
A donde sea,
pero sin ti,
porque ya no quiero 
que rimes más conmigo.

domingo, 15 de febrero de 2015

¿Hasta cuándo?

En un vano y estúpido intento
de arrancarte de mí,
te borré de cualquier sitio
donde pudiera encontrarte.
Vano, estúpido y fallido.
Te borré de cualquier parte,
ignorando que donde más te encuentro,
y de donde no puedo borrarte,
es, sencillamente, adentro.

Abracé tu ausencia
con los brazos llenos de soledad
sin caer en la cuenta de que así
sólo me sentía más sola.
Hasta que caí
(en la cuenta),
¡y vaya si caí!
(Al vacío).

Grité la rabia y la impotencia
de quien se siente correspondido
y se sabe perdido y derrotado,
por no serlo en esta vida
ni quizás en este mundo.

Lloré tu silencio hasta dolerme
las lágrimas de quererte,
hasta partirme la paciencia
y el amor en mil pedazos,
hasta descubrir que, a pesar de todo,
te sigo queriendo
porque en el fondo hay algo
y el corazón me dice
que te siga amando,
que no me rinda
ni baje los brazos,
y me da más paciencia
para seguir esperando,
y yo sólo le contesto:
muy bien, pero ¿hasta cuándo?

domingo, 18 de enero de 2015

Nostalgia desvelada

Sé que te he fallado
y no acierto ni siquiera a perdonarme,
porque tuve todo entre mis manos
y no supe conservarlo
por no saber conformarme;
por no saber controlarlo,
no he sabido más que dañarte.
Y esta pena tan profunda
que me ahoga y que me invade
me dice que ya es de noche,
me dice que se ha hecho tarde.
Que, por no saber quererte bien,
empecé a amarte;
y por miedo a perderte,
terminé por alejarte.
Y ahora sólo puedo callar,
porque otra cosa no me sale,
y verte marchar en silencio
y, al intentar dormir, recordarte
estando, mirando, riendo...
mientras mis lágrimas caen.

viernes, 2 de enero de 2015

La carta que jamás escribí o «Lo que te falta es otra cosa, corazón»

Sobre el escritorio, la luz de una vieja lámpara de mesa titila incesante, sumiendo la fría estancia en una tenue oscuridad. Un cigarrillo encendido reposa sobre un cenicero de aluminio y su humo dibuja las figuras más precisas que la imaginación se puede permitir. Afuera está lloviendo y las gotas repiquetean en la ventana, otorgándole a la escena un ritmo acompasado de melancolía. Y en medio de este silencio atronador, tan sólo interrumpido por los ruidos de la soledad, me hallo yo, sentada frente a un papel en blanco, pensando en escribirte otra vez.

En realidad, no soy yo, sino mi cuerpo. Yo, como si no fuera también aquél, me encuentro vagando por otros tiempos, otros lugares que conocí, como la música de una risa o la calidez de una mirada. Y en el preciso momento en que las palabras justas empiezan a brotar, la conciencia de lo que no puede ser sino nostalgia, el silencio y la soledad que reinan en la antesala del olvido amenazan con salírseme por los ojos.

Ahora sí. Ya lo has logrado de nuevo. Tomo en mi mano izquierda un bolígrafo casi gastado y así da comienzo el concierto de recuerdos, tinta, papel y reproches:

Me sorprende, asusta y duele tu frialdad a partes iguales. No sé si estás hablando de ti y de mí, que nunca nosotros, o de los personajes de una historia que te contaron o que, tal vez, leíste en el periódico. Y tus gélidas palabras me invaden todo el cuerpo. Hablas con la lógica aplastante de quien no conoce más que con la cabeza, con la de quien nunca sintió, con la de quien nunca ha querido. Y razón no te falta, es más, te sobra. Lo que te falta es otra cosa. 
Podría decirte que cada uno de tus silencios me dolió hasta lo más profundo, que cualquier respuesta habría sido menos amarga y cruel; que el día en que no nos despedimos se me desangraron las ilusiones y la esperanza se me hizo añicos, me estallaron en los ojos la rabia y la decepción y sólo mi coche sabe lo que lloré aquella tarde. 
Podría decirte que en algún momento de debilidad sí que lo he lamentado, pero que no habría podido hacer otra cosa y no me queda más remedio que negarlo y asumir las consecuencias, pues la alternativa es tan desasosegante como arrepentirme de ser yo. 
Podría decirte que lo siento, porque de verdad lo siento, porque de verdad siento. Y podría decirte que te he querido con cada centímetro de mi cuerpo y cada gramo de mi alma, aunque ya no esté segura de seguir haciéndolo.
Podría decirte todo esto y más, todo ello cierto, pero no lo haré porque no te importa y porque ya mis sentimientos no tienen sentido, ni mis palabras pretensiones. Y como tú aquella fría tarde de diciembre, me despediré sin decir nada. Y habiéndome vaciado de ti, comenzaré un enero distinto, con el desapego de los afectos que nunca lo fueron. 
Sin otro particular, me despido de aquello que nunca fue.

Y los restos de un cigarrillo mal apagado fueron convirtiendo en cenizas cada una de mis palabras de despedida. Y se fueron, con el viento, la lluvia y cada una de mis emociones. Se fueron a donde se van las cosas que pierden todo su sentido, donde termina lo que nunca comenzó, donde reinan la desesperanza y la decepción.

Y yo regresé con mi cuerpo a esta estancia, ahora un poco más cálida, para nunca más volver a vagar por aquel lugar de desilusión.