miércoles, 1 de febrero de 2012

Miércoles, catorce


Había sido un día horroroso para Mara y el dolor de cabeza no mejoraba las cosas. Así que decidió levantarse del ordenador y darse una ducha.

Mientras el agua caliente caía por su cara y se mezclaba con tantas lágrimas, una imagen se apareció de pronto: se imaginó desplomada en los brazos de Juan, llorando, contándole todo cuanto sentía y hallando la calma que le faltaba en sus brazos y sus palabras. Todavía no encontraba explicación a poder confiar tanto en una persona a quien conocía desde hacía tan poco tiempo y con la que apenas había hablado unas pocas veces.

- Sólo dos de verdad. – murmuró.

Se refería a esas conversaciones en las que hubo una implicación personal. Vaya si la hubo. Ahora ya no las podía olvidar y necesitaba a Juan ahí con ella, le necesitaba tanto… Y, tristemente, no podía hacer nada al respecto. Se había comprometido a esperar, pero los días iban pasando y nada sucedía. La desesperación comenzaba a apoderarse de ella.

Salió de la ducha y, mientras se secaba, no dejaba de sentir su ausencia y su silencio que, en ese momento, le dolían tanto. Se puso el pijama y se sentó frente al ordenador, que había dejado encendido para seguir hablando con una de esas pocas personas a las que podía contar todo. De hecho, aquellas lágrimas tenían su origen en una conversación previa con ella, su gran amiga Guadalupe, otra de las personas que, habiendo conocido en los últimos meses, se había convertido en alguien imprescindible para Mara.

Guada, estoy muy cansada, mejor me voy a dormir. Mañana será otro día. ¡Que descanses!”, escribió en la ventana de diálogo del Messenger.

Se quitó el pijama y se metió en la cama. Tomó su iPhone con la mano izquierda y comenzó a escribir un borrador en que se dirigía a Juan y se desahogaba. Un borrador que nunca habría de llegar a destino.
B. J.
01-02-2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario